dificultades, el del amor ocupa, sin duda alguna, un lugar prioritario.
Aprender a amar se convierte en pre-requisito para consolidar unas
relaciones humanas enriquecedoras en el proceso de auto-realización.
A medida que se avanza en la experiencia vital, vamos incorporando
referentes de amor ante los cuales asumimos estilos particulares que
han sido aprendidos, básicamente, de modelos entre los que se
encuentran los padres, los integrantes de la familia extensa, los
maestros e inclusive aquellos que aporta la cultura a través de sus
mitos e historias perpetuados por el arte y los medios de comunicación.
Las manifestaciones de amor varían de acuerdo a las diferentes
culturas, pero la primigenia del amor siempre radica en un elemento
esencial de supervivencia propia o hacia el otro, basado en la seguridad
física, cognitiva y emocional.
Es importante señalar que la manera como aportamos amor a los otros,
las actitudes con las que expresamos ese potencial afectivo dependen,
en buena medida, de la relación afectiva que, inicialmente, tengamos
con nosotros mismos. En otras palabras: Que es necesario quererse
a sí mismo como fundamento para saber querer a los demás.
El nivel de auto-estima se convierte en derrotero para el establecimiento
de unas relaciones interpersonales adecuadas.
Siendo la autoestima el centro de nuestra forma de sentir, pensar y
actuar, nos refiere a estos tres componentes orientados a la valoración
íntima y a los cambios que prevemos ejecutar en función de ella. La
auto-estima en su factor cognitivo nos refiere al AUTOCONCEPTO
que es una idea, una manera de pensar acerca de nosotros mismos.
La percepción que tenemos de cómo somos en nuestra integralidad
como personas y lo que sentimos que piensan y que sienten los otros
sobre la misma, van configurando el auto-concepto que a pesar de
ser una estructura más bien estable, tiene una naturaleza dinámica,
es decir, su consistencia puede variar de acuerdo a los eventos y etapas
de la vida. Sin embargo como su formación corresponde a un proceso
de aprendizaje, por lo general nada intencional, existen unas bases
que suelen ser difíciles de cambiar, casi inmodificables, asociadas a
las experiencias más tempranas del existir.
actuar, nos refiere a estos tres componentes orientados a la valoración
íntima y a los cambios que prevemos ejecutar en función de ella. La
auto-estima en su factor cognitivo nos refiere al AUTOCONCEPTO
que es una idea, una manera de pensar acerca de nosotros mismos.
La percepción que tenemos de cómo somos en nuestra integralidad
como personas y lo que sentimos que piensan y que sienten los otros
sobre la misma, van configurando el auto-concepto que a pesar de
ser una estructura más bien estable, tiene una naturaleza dinámica,
es decir, su consistencia puede variar de acuerdo a los eventos y etapas
de la vida. Sin embargo como su formación corresponde a un proceso
de aprendizaje, por lo general nada intencional, existen unas bases
que suelen ser difíciles de cambiar, casi inmodificables, asociadas a
las experiencias más tempranas del existir.
Una persona con limitación visual puede presentar, durante el desarrollo
psicológico, dificultades en cuanto al auto-concepto y la propia estima
si no se atienden eficazmente sus necesidades emocionales desde
la niñez. Esta situación dependerá de una serie de factores como la
percepción social del entorno con respecto a la discapacidad, las
situaciones de éxito o fracaso, las expectativas en cada campo de
acción, el nivel de tolerancia ante la frustración desarrollado por el
individuo, las estrategias de superación personal, etc. y, obviamente,
la percepción que de su desempeño tenga.
psicológico, dificultades en cuanto al auto-concepto y la propia estima
si no se atienden eficazmente sus necesidades emocionales desde
la niñez. Esta situación dependerá de una serie de factores como la
percepción social del entorno con respecto a la discapacidad, las
situaciones de éxito o fracaso, las expectativas en cada campo de
acción, el nivel de tolerancia ante la frustración desarrollado por el
individuo, las estrategias de superación personal, etc. y, obviamente,
la percepción que de su desempeño tenga.
La familia juega un papel importantísimo en la imagen que un niño con
limitación visual va configurando de sí mismo y en la aceptación o el
rechazo que tal percepción le generará. Es decisivo que la familia
examine el concepto que como persona tiene de ese miembro, ya que
las actitudes que se adopten en el núcleo familiar darán origen a un
proceso de aprendizaje de amor propio, definitivo en la relación del
individuo con el mundo.
Antes de las valoraciones dictaminadas por el juicio moral (“soy bueno”,
“soy egoísta”) se presentan los juicios de valor relacionados con la
imagen corporal, con la funcionalidad física del ser humano.
Dado que las percepciones iniciales incorporan a través de la visión
a las partes del cuerpo, lo que estas pueden ejecutar (igualmente el
movimiento de los otros), en el niño con limitación visual podrían
presentarse dificultades en la representación mental de su cuerpo.
Otros elementos sensoriales intentarán suplir esa misión de
“apropiación” de la imagen: la función táctil y la auditiva contribuyen
a la percepción psicológica del “YO” y de “LOS OTROS”.
Otros elementos sensoriales intentarán suplir esa misión de
“apropiación” de la imagen: la función táctil y la auditiva contribuyen
a la percepción psicológica del “YO” y de “LOS OTROS”.
Muchos niños ciegos de nacimiento suelen referirse a sí mismos como
a una tercera persona (“Javier tiene sed” cuando debería decir “yo tengo
sed”) y aunque esto desaparece con el tiempo, los adultos cercanos
deben estar atentos a realizar las correcciones oportunas ya que estos
niños tienen el referente auditivo dado por los otros en su identificación
y es preciso que no reciban un refuerzo que los incite a repetir esta
acción verbal. Volvamos al ejemplo de Javier: el niño dice: “Javier tiene
sed”, el adulto debe preguntar “¿Quién es Javier?”, el niño ha de
responder “yo”, el adulto: “entonces ¿quién tiene sed?” se espera que
la respuesta sea “yo tengo sed” y mejor todavía si va acompañado
de una manifestación física de su identidad, como señalarse con un
dedo o con una palmada en el tórax.
a una tercera persona (“Javier tiene sed” cuando debería decir “yo tengo
sed”) y aunque esto desaparece con el tiempo, los adultos cercanos
deben estar atentos a realizar las correcciones oportunas ya que estos
niños tienen el referente auditivo dado por los otros en su identificación
y es preciso que no reciban un refuerzo que los incite a repetir esta
acción verbal. Volvamos al ejemplo de Javier: el niño dice: “Javier tiene
sed”, el adulto debe preguntar “¿Quién es Javier?”, el niño ha de
responder “yo”, el adulto: “entonces ¿quién tiene sed?” se espera que
la respuesta sea “yo tengo sed” y mejor todavía si va acompañado
de una manifestación física de su identidad, como señalarse con un
dedo o con una palmada en el tórax.
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